CULTURA

Biblioteca Madero, un espacio de encuentro en donde los fondos son pocos y no alcanzan

Biblioteca Madero, un espacio de encuentro en donde los fondos son pocos y no alcanzan

Son más de dos mil y cumplen 147 años de historia. Las Bibliotecas Populares argentinas, que existen desde antes que el Estado creara bibliotecas públicas, todavía son espacios de encuentro, aunque los fondos son pocos y no alcanzan.

En los salones de lectura y alrededores hay todo menos silencio. Hay libros, carteleras, talleres, más libros, piezas de museo, alguna artesanía creada por un socio, otros libros, dibujos, una escultura que recuerda actividades pasadas, juguetes, charlas. Hay niños que en el entusiasmo arrastran a sus abuelos, socios jubilados que devoran novedades, jóvenes que descubrieron una dinámica completamente inimaginable para ellos y que los hizo ir quedando. La quietud no tiene nada que ver con este paisaje. En el universo de las bibliotecas populares argentinas, esa red de espacios comunitarios creada aun antes de que el Estado dictara la ley de educación pública y pensada fuertemente para abrir y naturalizar el acceso a los libros de manera comunitaria, el movimiento no se detiene, porque en algún sentido es la única manera de mantenerse fieles a sí mismas. Son más de dos mil en todo el país (aunque en lo formal sólo 1300 estén reconocidas de manera oficial por la Comisión Nacional de Bibliotecas Públicas) y todavía, cuentan los responsables de algunas de ellas, respiran al ritmo de sus socios, sus barrios y lo que la vida cotidiana depare para ellas, que en este momento tiene mucho de lucha por sus presupuestos históricamente acotados, pero también porque los aumentos de las tarifas de servicios las afectan con fuerza.

Es un edificio de corazón circular en pleno centro de San Fernando. A la gran sala dan anaqueles que se dispersan como rayos. En un rato, Hugo, médico pero en ese instante en funciones como vicepresidente de la Biblioteca Popular Juan N. Madero, recordará que al edificio lo proyectaron con inspiración masónica. Ahora, mientras al balconcito del primer piso sube la música de un piano en plena clase, Gabriela Woods, artista, presidenta de la Biblioteca, cuenta que los señores que leen en la sala, los libros que llaman desde una mesa en la puerta misma del lugar, casi a la intemperie, el horno de barro del patio y las entradas abiertas de cada salita es resultado de un proceso.

Aquí también los talleres y la política de abrir el lugar a quien necesitara un refugio en un sentido amplio: un libro, una mesa donde leer, un espacio en el que los empleados de los comercios de alrededor puedan pasar la hora del almuerzo, un paseo para niños de una escuela de la isla. Vienen, también, personas que para cumplir probation deben dar horas de trabajo a asociaciones civiles: aquí aprenden a restaurar diarios. Lo que se rompe, lo arreglan los socios. Literalmente: una señora está restaurando, una en una, las aberturas; otro se encarga de las canillas, otro pinta en ratos libres. Mantener el lugar, “que lo necesitamos porque así se construyen otros lazos, con la cultura y el arte”, cuesta, dice Gabriela. “Y este año todavía no recibimos el subsidio de Nación, el de provincia nos lo dieron salteado y el municipio nos debe 19 mil pesos. A nosotros nos subieron las tarifas de luz de una manera impresionante, de agua, de gas”, enumera.

Y sin embargo, a pesar de lo difícil que resulta, dice segundos después, “es raro lo que pasa acá”. “Me parece que es la forma de transformar algo a partir del compromiso y de tener contacto con el otro y de tratar de generar cosas todo el tiempo, bienes simbólicos. Todo el tiempo estar haciendo eso. Te encontrás en un lugar que en un momento todos estamos juntos.”

Fuente consultada: Soledad Vallejos para Página 12


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