OPINIÓN

Todos buscan refugio en las corporaciones

Francisco Olivera

Por Francisco Olivera*

En el momento en que Javier Madanes Quintanilla, dueño de Fate y Aluar, se acercaba a saludar a los nuevos representantes gremiales en la planta de neumáticos que tiene en San Fernando, no imaginó que ese gesto formal le permitiría entrever de un modo tan abrupto parte de su convivencia futura con los trabajadores. “Quiero ser sincero con usted y admitir que me gustaría que esto fuera una cooperativa”, le dijo Víctor Ottoboni, militante del PTS, ex oficial de mantenimiento de la compañía y ahora secretario de Prensa del Sindicato Único del Neumático Argentino (Sutna). El empresario se sorprendió, pero buscó ser correcto en la respuesta: “Yo tengo otra idea, pero espero que estas diferencias no sean un obstáculo para que todos podamos trabajar de la mejor manera”.

La izquierda sindical acaba de obtener el 26 del mes pasado su primer gran éxito en décadas en una rama fabril. El frente encabezado por Manuel Alejandro Crespo, militante del Partido Obrero, se impuso en el Sutna y frustró así la reelección de Pedro Wasiejko, un kirchnerista que secundaba a Hugo Yaski en la CTA. Paso enorme y significativo para el trotskismo y sus alrededores: lo que la militancia llama “un triunfo clasista sobre la burocracia sindical”.

La inflación con recesión llegó con sorpresas para los fabricantes de neumáticos. Años de desgaste venían trastocando el orden de la relación con la patronal en un sector en que no más del 10% de los trabajadores tiene identificación ideológica, pero que ha decidido apostar por representantes de características no siempre frecuentes: trabajan, caminan las fábricas y, en general, no se quedan con vueltos. “Derrotamos una burocracia totalmente traidora que entregó conquistas y puestos de trabajo -se envalentonó Ottoboni, según publicó La Izquierda Diario-. Ahora tenemos el desafío de hacer un sindicato combativo y democrático que sea parte de la resistencia de los trabajadores y el pueblo contra el ajuste de las patronales y el Gobierno”.

El triunfo de Crespo fue sectorial, pero supone una señal de alerta no sólo para el Gobierno y el establishment, sino también para el PJ. Podría explicar, por lo pronto, parte del endurecimiento de las CGT y las CTA. No hay nada peor para un dirigente gremial peronista que acabar desbordado por las bases o la izquierda. Wasiejko, que condujo el Sutna durante los últimos 16 años, lo sabe mejor que nadie porque ese viernes, el día de su derrota, subió por última vez a un palco como secretario general en la marcha por el Día del Trabajo. El poder es finito, incluso el sindical.

La economía no crece, la inflación se aceleró y el malhumor social vuelve más precavidos a las empresas y a los gobiernos. Con instituciones débiles, el temor a reclamos más duros obliga a resguardarse en lo único que parece sólido, como ciertas corporaciones. Con todos sus defectos, la CGT puede resultar entonces una apuesta más o menos segura. Es lo que llevó en su momento a Néstor Kirchner a ungir a Hugo Moyano como único interlocutor sindical.

Las crisis hacen al ser humano más corporativo. El único modo de entender el subsidio a la exportación de petróleo dispuesto por el Gobierno -que obligó en estos días a volver a subir el precio de los combustibles mientras el barril se desplomó en todo el mundo- es el miedo a que Los Dragones, un desprendimiento radicalizado de la Uocra, vuelvan a destrozar el yacimiento de Cerro Dragón como en 2012, episodios que fueron acompañados por huelgas y golpizas para el personal.

La Casa Rosada acordó en febrero con algunas petroleras y el gremio que encabeza Jorge Ávila atenuar con recursos estatales la caída del precio internacional a cambio de que mantengan la actividad y no echen personal. El primer costo político de ese convenio lo viene pagando Juan José Aranguren, ministro de Energía y casi el único macrista que prefería no firmarlo. “El fisco no puede asumir la solución de un problema entre privados”, había aconsejado en esos encuentros que integraron, entre otros, el gobernador Mario Das Neves y el ministro del Interior, Rogelio Frigerio.

Aranguren defiende ahora públicamente el acuerdo e incluso los aumentos en los surtidores, pero aprovechó la reunión de gabinete del martes para recordarles a sus compañeros su vieja postura. Ante pares inquietos por las críticas de los consumidores, repasó aquellas diferencias. Dijo, por caso, que él habría preferido subir los precios de golpe, 30%, inmediatamente después de la devaluación, y no, como se hizo, en cuatro pasos repartidos en 6% en enero, 6% en marzo, 6% en abril y 10% en mayo. El ingeniero es probablemente, y aunque nadie se lo diga de frente, uno de los ministros más criticados dentro de Cambiemos, donde le endilgan comunicar sin anestesia los ajustes. Pero Macri decidió ese día reivindicarlo: “Si hubiésemos hecho como proponía Juanjo, no habríamos tenido que dar tantas malas noticias”, dijo.

Había sido un día complicado para Aranguren. Venía de ser excluido 24 horas antes de una reunión en la que el Presidente acordó con Carlos Bulgheroni un cronograma de pagos para una deuda de 170 millones de dólares que el Estado le debe a Pan American Energy por el Plan Gas de Axel Kicillof. Él no estuvo, pero sí Frigerio y Gustavo Lopetegui. Fue una concesión gubernamental para atenuar diferencias: Bulgheroni, que se pasó los últimos años discutiendo con el ex líder de Shell por el precio del barril interno, está convencido de que éste se niega a aceptar sus reclamos. Tal vez sea una rebeldía tardía: pasó parte de su infancia obedeciendo órdenes del padre del ministro de Energía, uno de sus docentes en el colegio Marín.

Ese encuentro le bastó al líder de Pan American Energy para destrabar el pago, que el Gobierno hará finalmente en bonos con vencimiento en 2020 y que Aranguren llegó en su momento a objetar por dudas en la certificación de las reservas de la petrolera. Hubo que encargarle a la firma Gaffney, Cline & Associates, hace dos meses, una auditoría para saldar la discusión. Ahora sólo le queda evitar cobrar esa deuda en pesos, como pretende el Ministerio de Energía, porque una eventual pesificación reduciría el monto en 60 millones de dólares.

Serán horas de negociación, algo en lo que Bulgheroni se entrenó hasta con los talibanes en Afganistán. Esa ductilidad nunca le falla. Lo llevó, por lo pronto, a conseguir que el Presidente superara rápidamente el respaldo que venía de darle a Sergio Massa durante la campaña electoral, y lo consiguió en cuestión de horas: recibió a Macri a comer en su casa la noche del mismo lunes del triunfo ante Scioli. Pero son detalles de relacionamiento público: el fondo de la cuestión es evitar ebulliciones sociales inesperadas. La recesión tiene razones que el anticorporativismo no entiende.

(*) Francisco Olivera. Licenciado en Comunicación Social en la Universidad Austral. A los 19 años ingresó al diario La Nación donde se desempeñó como cronista de la sección Deportes durante siete años. En 2000 pasó a la sección Economía y Negocios y actualmente es tercer editor de esa misma área. En Twitter @FranOliveraOK.

Nota publicada en La Nación


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