CULTURA

Un jardín inolvidable en San Fernando

Un jardín inolvidable en San Fernando

Por Ceferino Cruz

En un despliegue de sensibilidad, talento, imaginación, entrega, trabajo en equipo, abundancia de recursos y gran eficiencia en su uso –y mucha energía humana– la Municipalidad de San Fernando estrenó el sábado 2/08, en el nuevo Teatro Otamendi, con un proyecto de su área de Cultura, El Jardín del No Me Olvides, espectáculo teatral sobre textos y canciones de María Elena Walsh, estrella resplandeciente y sempiterna en el cielo del espíritu argentino. En rigor, el estreno fue maratónico: seis funciones entre sábado y domingo, con una función agregada el domingo, por la cantidad de público que fue a ver la obra, de entrada gratuita y que cerraba las vacaciones de invierno.

El Teatro Otamendi se inauguró el 12 de abril junto al histórico Palacio Belgrano y un espacio verde y camino abiertos, constituyendo el Paseo Cultural Otamendi. La sala, con capacidad para 500 espectadores, distribuidos en platea baja y alta, tres niveles de palcos y pullman, con varias butacas adaptadas para personas con movilidad reducida, marca un hito cultural para el partido de San Fernando. El edificio realiza el concepto de un minimalismo en líneas rectas y sobrias, donde el hormigón y el vidrio comparten presencia con espacios amplios, luminosos y cómodamente accesibles. En el interior de la sala, la luz y el sonido se propagan por un grandioso espacio terminado con materiales y aplicaciones técnicas pensados para su mejor difusión. El marcado declive de las plateas garantiza una vista perfecta y una sensación de vastedad. En el escenario, a la amplitud se suman invisibles sistemas de colgantes y luminarias, en conjunción con tecnologías de vanguardia en proyección y pantallas LED.

Este hermoso y moderno contexto aporta la piel y el esqueleto de un espectáculo donde el alma la insuflan 85 artistas, entre músicos, actores, cantantes, bailarines, titiriteros y artistas circenses, además de los previos artistas visuales, digitales y escenógrafos, donde parece que ninguna disciplina queda afuera: literatura, danza, teatro (de actores, de objetos y de sombras), música, destrezas de circo, magia, títeres, animación digital –con esa especie de cuadros de figuras simples y de colores fuertes, como corresponde al invocado espíritu infantil de los espectadores niños y adultos, algunos de cuyos detalles se mueven sutilmente–, y todo ello con el apoyo, por supuesto, de técnicos y ayudantes. Y nada lanzado a modo de licuadora escénica, sino dosificado con mano maestra por la cinceladora del entramado dramatúrgico, Verónica Heguy (gran actriz y directora de Programación y Contenidos Artísticos de la Municipalidad de San Fernando), asistida en la puesta con la experiencia de Rodney Rodríguez, director General de Cultura.

El bello marco musical en vivo lo encabeza Ricardo Maresca, con una banda de excelentes músicos. Uno de ellos es el talentoso Darío Nicolau, cuya vinculación con el teatro sanfernandino es ya añeja. Y con la presencia de cuerdas de voces de un destilado del querido Coro Municipal de San Fernando, del que su Director es el mismo Maresca.

Un piélago de artistas circenses y bailarines le dan vida a las fantasías de la protagonista. Se trata de distintos grupos que por momentos son como una lluvia de gracia y movimiento.

En el mínimo y suficiente hilo argumental, cuya autoría le pertenece a Verónica Heguy, una joven María Elena (en un estadío anterior a convertirse en Walsh), en proceso de transmutarse en su Yo-Poetisa, vuelve a la casa natal y al patio que la vio crecer jugando, presumiblemente de una larga ausencia. La emoción del regreso, la alegría de la juventud, el descubrimiento de sus ganas de escribir, la felicidad de terminar un libro, son el río del que brotan las ensoñaciones que se derraman sobre el público, a veces literalmente. Y cuando dialoga con su Yo-niña, es un nuevo crisol que destella fantasías que nosotros, los testigos de la belleza –el público, esencial para la vida del artista–, vemos y disfrutamos.

Yamila Colombo Borlenghi se destaca en la carnadura y la dinámica que le pone a la Joven María Elena. Generosa actriz que, según se aprecia, también es bailarina y cantante. La acompaña su perro Bachicha, expresivo títere fabricado seguramente por su titiritero, otro gran actor sanfernandino, Gerardo Porión. Elena evoca además, a través de su Yo-niña, a su maestra de la infancia, diestramente interpretada por Florencia Seggiaro, otra actriz de siempre del siempre muy teatral San Fernando. Sucede que San Fernando es probablemente uno de los partidos con más vida teatral de la provincia de Buenos Aires. Y con una riquísima vida cultural.

Mención aparte de las dos niñas que descollan en esta hermosa puesta en escena. La Elena niña es Renata Nóbrega Seggiaro, la hija de Florencia, de 10 años, y hace un trabajo maravilloso poniendo sobre sus hombros, con aparente desparpajo, una buena cantidad de letra, con excelentes interpretación y ritmo. Y la jovencita que ahíja el Coro, que hace un par de «solos» en dos de las canciones, con una voz que suena como el clarín de un amanecer de primavera, con una entonación que prefigura una gran carrera en la canción, es Eva Villamagna, de catorce años, hija de otro gran e histórico actor de San Fernando, Roberto Villamagna.

Todos estos trabajadores del arte, todos ellos sanfernandinos –o casi todos– han podido juntarse en estos tiempos de tanta decadencia, para ponerle carne y hueso y amor a algunas de las creaciones de María Elena Walsh, una eterna, un clasicazo de la literatura y la música nacionales. Un clásico es una obra que le dice algo a cada época, a todas las épocas. Walsh nos habla, nos canta, nos susurra, nos acaricia, nos interpela, siempre. Y todos los artistas de El Jardín del No Me Olvides están a la altura, a la hora de traérnosla, lo que dura la función, y más, porque nos la dejan, como una llamita, en el pecho. Abrazándonos con la calidez de esa María Elena nuestra, dándole vida a las cosas y agregándosela a los seres; descubriendo a los niños en los adultos y a los grandes en los chicos, cuando nos habla y nos canta a todos sin prejuicios, sin miedos ni mezquindades.

Con creces, con ampulosidad, esta producción en que la Secretaría de Cultura de la intendencia sanfernandina construye, con fuerza y con claridad, en el trabajo colectivo, un sentido simple y profundo, es la prueba viva de lo que puede hacerse, en el ámbito propicio, con los recursos adecuados y la creatividad mimada y honrada.

Es la antorcha de una esperanza encendida una y mil veces en el corazón inflamado de cada artista y de cada espectador y espectadora con los que coinciden, para llevarla, con una alegría imparable, allí donde se necesite.


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