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Día de la Memoria: El Silencio eterno

Día de la Memoria: El Silencio eterno

Por Sabrina García

Entre sauces, casuarinas, cañaveral, el pajonal de cortaderas, espadaña y totora; hay pájaros de los más exóticos, la invasión de gatas peludas son la antesala de un paisaje lleno de mariposas. El sonido es de ambiente: el silbido del viento que atraviesa la copa de los árboles, la pala de la “canobita” empujando al agua, la corrida de un ciervo de los pantanos, el machete de un isleño trabajando y el silencio; un profundo silencio.

Hasta allí trasladaron el grupo de tareas de la ESMA a los detenidos de “Capucha” (nombre que recibía el altillo del Casino de Oficiales) por la inminente visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

En Tuyuparé y Chaná Miní se esconde una historia, tan dolorosa que 40 años más tarde cuesta que salga a la luz. Será que el terror la ocultó como borrándola del tiempo y aún hoy cuesta recordar.

El isleño es silencioso, retraído, mira con desconfianza. Sus vidas transcurren allí, a tres horas de navegación desde continente: el trabajo, el estudio, la familia y los amigos. No es zona de turismo. Las distancias son enormes y miles de metros separan las viviendas de los pobladores.

Muchos abandonaron las islas. Los antiguos pobladores que aún habitan esas tierras no hablan. “Vivía al lado de Prefectura. Sólo recuerdo una vez que pasé caminando por la puerta y me recibieron con fusil en mano, me preguntó a dónde iba, le dije soy Luis y me ordenó regresar. Siempre jugábamos al fútbol y ese día pensé ‘están locos’. Muchos años más tarde entendí que algo escondían”, relató Luis Levickas, poblador por aquel entonces del Chaná Miní, a pocos metros donde se ubicaba la casa El Silencio.

El lugar elegido por el grupo de tareas de la ESMA para esconder a los detenidos era una típica casa del delta: los pilotes elevan la propiedad de madera para que la sudestada pase sin ingresar a la vivienda, el monte, el muelle y el río.

Había tres grupos de detenidos: uno integrado por 23 personas fue sometido a trabajo esclavo y a la refacción completa de la casa; el segundo cortaba madera de álamo y recolectaba formio; el tercero vivía encerrado entre los pilotes que sostenían la casa, con el piso de la casa de madera como techo y el barro como piso. Sólo se podía respirar humedad.

“Me cuesta creer que nadie vio nada. Acá estaba el almacén (señala Levickas en el mapa) ¿cómo nunca escuchó nada? Una vez me contó que entrada la noche ingresó por el Tuyuparé una balsa y había gente acostada en la embarcación. Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina”, comentó el maestro rural que estaba afincado con su familia a metros de horror.

Marisa González de Oleaga es historiadora de la Universidad Nacional de Educación a Distancia en España y vive en el delta. Busca sumar relatos de los pobladores para poder reconstruir parte de esa historia: “Nadie quería hablar conmigo, miraban para abajo”.

A partir de charla que dio en la Escuela 22 de islas, con chicos que habían realizado un video sobre El Silencio, Marisa pensó que si los pobladores no se acercaban a ella podían hacerlo por medio de los alumnos: “Me di cuenta que en un acto así tan grande nadie iba a hablar. Entonces dije ‘¿y si yo vengo?’. Le pregunté a la directora, le dije que estaba muy preocupada por la transmisión de la memoria”. Los alumnos comenzaron a llevar preguntas a sus casas y volver a la escuela con recuerdos de sus padres y abuelos, grabados o escritos.

El Silencio se encuentra en medio del delta de San Fernando. Desde el retorno de la democracia tres intendentes han estado al frente del ejecutivo local. Ninguno propuso hacer de la casa destinada al secuestro y tortura un sitio histórico de la memoria. Es más, en los relatos oficiales de la ciudad ninguno hace mención a ese rincón de la historia.

El Silencio es más que un sitio histórico, es una postura frente al pasado reciente. El temor o terror calla a los isleños y oculta a los del continente la historia.


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