OPINIÓN

La tendencia de reproducir ruidos en el transporte público sin usar auriculares

Por Sabrina García

¿Cuántos de los que se encuentran en la sala utilizan el celular en el transporte público?, el uso del mismo ¿incluye sonidos?, ¿utilizan auriculares?

En algún momento el debate se inició por el estilo musical que se escuchaba: si era cumbia, reggaeton o trap el comentario era de desaprobación. Incluso hubo investigaciones que analizaron esta forma de consumo en jóvenes. Sin embargo, el paso del tiempo lo modificó. Hoy el uso del dispositivo móvil con sonido y sin auricular corrió cualquier tipo de barrera posible.

Me tomé un bondi desde San Isidro a Victoria, estimo 20 cuadras. A mi lado un señor mayor miraba una película desde su celular: los diálogos, el sonido ambiente, la música de suspenso competían con la mujer sentada adelante mío que veía videos en TikTok en donde una persona con tonada centroamericana hablaba sobre su pareja. También había alguien, estimo que un niño, mirando videos en YouTube con dibujitos animados y también estaba el clásico que enviaba y recibía audios por WhatsApp.

Colectivo-celular-leer-1920-3En el 2023 un tiktoker se viralizó cuando mostró que el chofer de un colectivo en Países Bajos detuvo la marcha del vehículo porque él estaba editando un video sin utilizar auriculares. “Me subí al colectivo y me puse a editar un video, sin darme cuenta de que al volumen lo tenía un poquito alto por los ruidos de la calle, hasta que un pasajero me avisó que el colectivo estaba detenido por mi culpa”, detalló el tiktoker y agregó: “Me di vuelta y miré que el chofer estaba esperando que lo viera y me dijo que no estaban permitidos los ruidos altos y la traducción textual: ‘nada que alterara la paz de los otros pasajeros’”.

En la actualidad el uso ilimitado de sonido atraviesa generaciones, clases sociales y género. Así como en Países Bajos, en España también hay legislación al respecto. En nuestro país hubo algunos intentos por regular, alguna que otra ordenanza municipal o legislación porteña, pero en concreto nada que lleve al ciudadano común a cambiar el uso de su dispositivo con sonido y a libre demanda.

Pensar en leer un libro, dialogar con un compañero de viaje o solamente hacer un recorrido pensando en nada es una tarea imposible en una sociedad hiper conectada que cree normal compartir al mundo sus gustos sin que nadie lo pida.

Las tecnologías de la comunicación y del entretenimiento irrumpen en el espacio público de diversas formas. Entonces ¿quién es dueño del espacio público? Si yo fuera a un restaurante visiblemente transpirada, embarrada, con pedazos de pasto que salen de mis botines, como si hubiera terminado un partido de rugby tras un temporal, muy probablemente me van a mirar mal o quizás no me permitan el ingreso. Esas normas de convivencia parece no ser tan claras cuando hablamos de sonidos en espacios públicos. Como si ese dispositivo móvil generara un espacio personal ampliado en donde quien consume esas redes sociales, escucha música, mira películas o recibe y envía audios a todo volumen, estuviera inmerso en su ‘cono del silencio’ (los amantes del Superagente 86 me van a saber entender).

La pregunta es ¿hasta donde va a llegar esas apropiaciones del espacio en donde no parece importar el otro y su derecho (o no) de también hacer uso de su espacio en silencio?


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